miércoles, 21 de agosto de 2013

Cuando los deseos huyen

Los aldeanos, sombrero de paja, mejillas redondas, enrojecidas por un sol borracho de polvo, sudor y tierra, cogen agua del canio limpio y brillante del manantial, a las afueras del pueblo. A su lado, las furgonetas, con las puertas traseras abiertas, muestran los bidones de plástico vacíos que esperan pacientemente su turno para ser llenados. Me acerco a los hombres con los míos de la bici en una mano y el mapa en la otra. Tras el saludo, comienza la típica conversación-interrogatorio.
- Así que a Lisboa, eh? - aniade uno de ellos, tras haberles informado de nuestra ruta -. Pues te quedan ... ummmmm... más kilómetros que los que tenías desde Madrid.
- Querrá decir que tengo, por delante, algunos kilómetros menos que los que he hecho hasta aquí, no es así? - contesto, con el objeto de corresponder su intervención pero sin obviar que de Madrid a Badajoz (donde ya casi estamos) hay 400 kilómetros y que, por lo tanto, sólo restan 200 más hasta la capital portuguesa.
- No, majete- me dice, y arrellana su codo sobre la rodilla que tiene elevada, apoyado el pie en el borde de granito de la pila de la fuente -. Te digo que tienes muchos más de aquí a Lisboa que de Madrid a Lisboa -  y, tras decir esto, me mira solemnemente y juega con el palillo que tiene en la boca. Una sonrisa que nace en mi cerebro viaja, sin mi consentimiento, a mis labios, desde donde brilla con ese puntito de condescendencia intelectual para tan desacertado cálculo geográfico-matemático. Descubierta la evidencia de mi reflexión, me veo obligado a expresar lo que pienso: "No puede ser de mayor longitud un tramo del itinerario que el total del mismo".
- Sí, sí que puede - corrobora, y echa un vistazo, de reojo, al bidón que se está llenando. - Te lo demostraré - dice, mientras aparta el recipiente de plástico, rebosante, lo lleva al vehículo y pone otro vacío bajo el canio - Me dejas el mapa?
Se lo alargo. Lo despliega sobre el capó de la furgoneta y me dice:"Cuenta los que tienes desde aquí a Lisboa".
Así lo hago y, para mi sorpresa, efectivamente, me salen alrededor de 700. "No puede ser", susurro ", habré contado mal". Sumo con cautela los tramos parciales que unen las grandes ciudades y esta vez me salen 915. "Qué está pasando?" mascullo, mientras no dejo de clavar mi mirada en el desconcertante mapa.
- Cuanto más quieras llegar a Lisboa- escucho a mi espalda -, más lejos estarás de ella.
Me giro. Mofletes sonrientes, camisa a cuadros, el otro hombre, delgado como una espiga, que hasta el momento no había abierto la boca, luce una mirada traviesa tras haber intervenido.
- Eso no es posible- rebato -, desde Madrid había seiscientos y pico a Lisboa. No puedo estar más lejos ahora, aquí en Badajoz, que cuando estaba desayunando en mi casa.
- Pues así es, amigo mío -, sentencia, contundentemente, el que no deja de sustituir bidones llenos por vacíos - En este lugar, para obtener las cosas debes dejar de desearlas. Que tienes sed? Ni se te ocurra coger el botijo e ir a por agua a la fuente. No estará en el lugar donde habitualmente se encuentra.
- Ciertamente cierto - aporta el enjuto.
- Ah, no?- replico - Entonces, cómo es que han venido ustedes a buscar agua a este manantial?
- No hemos venido - explica -, llevábamos los bidones en la furgoneta sin ninguna intención de llenarlos.
- Sin ninguna intención - escucho por lo bajito decir al otro.
- Y cuando hemos pasado por este lugar de camino al pueblo, - me dice el primero, mientras juega con el palillo- , pues la fuente estaba aquí, donde suele estar siempre que no se la desee, y, mira por donde - exclama, dándose una palmada en el muslo -, ya tenemos agua para una temporada.
- Es de locos - mascullo.
- En este lugar- refuerza el delgado cual vara de mimbre -. Nunca nada aparece cuando lo buscas. Cuanto más lo quieres, más lejos estás de conseguirlo.
Miro a Hermes, que está a unos metros, acomodando las cosas de sus alforjas, sin estar seguro de que esté escuchando la conversación, me encojo de hombros. "Y la comida, cuando tienes hambre?", pregunto, dirigiéndome a ellos de nuevo."La cama, cuando estás cansado, o el banio, cuando necesitas darte una ducha".
Caída de ojos y ligera elevación de hombros, del delgadito.
- Y qué me dicen de la companía, la amistad... el amor?
Los hombres se miran en silencio.
- Ya, entiendo - convengo, sin tener muy claro qué más decir ni, por supuesto, dando completo crédito a cuanto me acaban de explicar. Les doy las gracias  y, tras haberme aprovisionado de agua, monto en la bicicleta. Nos vamos pedaleando y le cuento a mi amigo la conversación. En el horizonte, lejos -cada vez más- la hilera de montanias a las que nos dirigimos para llegar a la frontera portuguesa se empequeniece a medida que pasan los kilómetros. Sonrío y comprendo.

Con la caída de la tarde, cuando ya las piernas pesan y parece que he pinchado sin que así sea, cuando las fuerzas van abandonándome metro a metro y me paro, a beber agua, y vuelvo a pedalear cansinamente, sigo reflexionando sobre el peculiar encuentro, la singular revelación, hasta que me doy cuenta de que, en el fondo, en nuestro mundo cotidiano, a veces, las cosas también suelen funcionar así...


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