miércoles, 14 de agosto de 2013

Los tomates, desheredados de la tierra,

arrancados de sus raíces, sufren el bamboleo del camión que va delante de mí al coger la rotonda. Gritan y se agarran, como pueden -a través de sus sépalos que ya empiezan a secarse o inhalando profundamente para inflar su orondo cuerpo rojizo y aumentar la presión de contacto con sus congéneres- pero, a pesar de ello, algunos salen despedidos y su sangre vegetal se desparrama sobre el arcén.
- Buaaaa, buaaaa- le oigo llorar cuando paso junto a él. Dejo de pedalear, me agacho y le acaricio. Su piel es suave, lisa, tersa. Es una piel joven. * Tranquilo pequeñín* , le susurro, al fin y al cabo, me parece que tu destino no es tan terrible, los demás tienen sus horas contadas.

- Sí, claro - contesta, hipando-, eso lo dices para tranquilizarme.
* No, es cierto, ellos serán comidos, machacados, pureizados. Kaput.
- Es terrible ser tomate tomatón y morir aquí, tendido al sol.
   Me secaré lentamente o me aplastará algún vehículo al poner el intermitente.
De súbito, el tomate tomatín da un brinco saltarín y se posa sobre una de mis alforjas, completamente camuflado.
- Llévame contigo, cómeme tú, seré parte de tu ensalada, primero, y de tu sangre, después. Prefiero que lo haga un amigo a un desconocido.
* ¿Yo?, ¿comerte? ¡No podría! Con esa voz chiquinina, y esas lágrimas deslizadas sobre tu cuerpo tirante, lleno de vida. No podría, no podría* añado, mientras niego con la cabeza.
- Bien, entonces, fuguémonos juntos,
llévame lejos de este doloroso lugar,
que tan nefastos recuerdos evoca en mi paladar.
*Agárrate, que arranco* , le aviso, y antes de dar la primera pedalada giro la cabeza y veo que ha encajado a la perfección entre las correas de mis alforjas, que rodean su cuerpo a modo de cinturón.Al cabo de 12 km y medio, me dirijo a él:
* Hemos llegado a Talavera.
- ¿De vera?
* De vera.
- Tala la vera, tala la vera.
* ¿Quién tala la vera?
- La Reina.
* ¿Por qué?
- Porque tiene el cetro de su esposo, un oso
 con garras y uñas y dientes
 llenos de bichos repelentes...
¡Para, que me tiro! -grita, de repente, descinchándose.
* Espera, que te bajo.
- ¡Y un carajo! ¡Banzaaaaaaiiiii!
Y salta hacia un seto. Lo último que oigo, mientras se escabulle, es su risa, ligeramente ácida. En el arbusto se cimbrean las hojas que delatan su invisible fuga...

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