miércoles, 21 de agosto de 2013

Despertar entre menhires

Noche, cansancio, cuestas, un suenio infinito y un terreno que sube, sube y sube como si quisiera besar la luna que, casi llena, observa con su ojo nacarado el lento discurrir de la búsqueda. Árboles entintados y campos enfangados en arenas que delatan su pasado geológico atrapan nuestras ruedas y sirven de marco a este fin de jornada. Cuántas veces cuántas aventuras cuántas noches cuánto suenio se acumulan en nuestro haber ciclista. Por delante, kilómetros que serán recorridos sólo a base de fuerza de voluntad, ésa que se encarga de tomar las riendas de tus acciones cuando, incomprensiblemente, tus piernas siguen y siguen pedaleando.
Pero luego aparecen los cartelitos marrones con el nombre de los monumentos prehistóricos, -cuando no tengo muy claro si estoy al borde de la extenuación o de la extremaunción- y siento por fin el embriagador estímulo que conduce al pronto final, al inminente regalo...

El cromlech de Dos Almendres está considerado el más antiguo de la Península Ibérica y una de las manifestaciones más primigenias de la cultura de los hombres del Neolítico, ese momento en que los homo sapiens dejamos de ser nómadas, y vagar de un lado a otro, para echar raíces -nunca mejor dicho, dado que iniciamos el desarrollo de la agricultura- y tener animalitos viviendo con nosotros -pues fue también el comienzo de la ganadería-. Empezamos la domesticación -y explotación- de ciertos animales y, por ende, el concepto de propiedad privada. Abandonamos el deambular del clan de un lado a otro, y el reparto equitativo de las piezas cazadas, para anclar NUESTROS dedos mugrientos en NUESTRO suelo recién arado y susurrar "Míoooooo", mirando de reojo a los que se acercaban a coger una de NUESTRAS manzanas de NUESTROS árboles.
Pero nada de eso importó en ese momento mágico en que, tras alcanzar una de las cimas de la pista de tierra, a nuestra izquierda, más allá de la sombra del cartel tan deseadamente deseado de encontrar, aparecieron las sombras pétreas de la construcción megalítica. Fantasmas baniados de luna, los menhires que, erguidos, hacen frente a la eternidad desde hace aproximadamente siete mil anios, nos acogieron con su silencio circular sin importarles mucho ser molestados a esa hora de la noche. Recorremos la superficie, ligeramente inclinada, sobre la que fueron allí asentados por aquellos ancestros lejanos para recibir el suave alumbramiento solar y lunar que se ha sucedido desde entonces hasta la fecha.
Caricias a sus cuerpos duros, rugosos, y un abrazo lento y prolongado que me sumerge en esa etapa peculiar en la que la piedra tenía tanta presencia -e importancia- en la vida humana. Luego me sobreviene la debacle energética. Son más de las dos de la noche y estoy destrozado. Los ojos caen, los cuerpos caen, dentro del saco de dormir, la conciencia se apaga. Hacemos vivac cerca de estos vigilantes pétreos (cuya función los arqueólogos aún desconocen) y, al amanecer, continuamos con el festival de colores y sensaciones, pues el sol ribetea de fuego sus contornos graníticos... Me pongo de pie y camino de nuevo entre ellos, viéndolos pintados por el amarillear del amanecer. Algunas fotos y, cuando ya estoy abandonando el círculo mágico, una visión que, fugaz, se esconde tras uno de los menhires: el de una mujer con cabello revuelto y mirada semisalvaje. Denota curiosidad por mí, pero se esconde. Pertenece a este espacio, a aquel tiempo, que nos esforzamos inútilmente por comprender , olvidando que hay cosas que forman parte de un universo afortunadamente inalcanzable para nuestro conocimiento...






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