sábado, 10 de agosto de 2013

¿Y si la bicicleta no frena?


¿Y si, persiguiendo a este escurridizo conejo, el freno de la bici no frena, cuando lo pinzo, y me lanzo a toda velocidad, sin quererlo, hacia él, hacia mí, hasta caer, caer y caer? ¿Y si uno no pudiera evitar viajar a las profundidades de sus miedos y, una vez allí, golpeado de bruces contra el frío suelo, hecha añicos la bicicleta, puesto en pie, no le quedase más remedio que recorrer los laberintos, sus laberintos, mirarlos cara a cara y empaparse de sus sangres y heces?

Llorar... Gritar... Arrodillarse, rebozarse entre el fango y, ya más tranquilo, cuando el conejo desaparece por una puerta tras pasar a tu lado, mirando la esfera del reloj, ponerte en pie. Entonces, para tu sorpresa, por fin, descubrir que llevas un maletín gris cogido de una de tus manos. Intentar soltarlo. Agitar el brazo y golpearlo contra las mugrientas paredes hasta romper sus goznes de plastilina pintada de oro. Y entonces observar el secreto, tus contratos, tirados por el suelo, mientras la Reina de Corazones grita al otro lado del laberinto, al otro lado del mundo, que te corten la cabeza. Agacharse y examinar los documentos firmados con tu ignorancia, contra tu voluntad, cuando tus dedos apenas podían coger el bolígrafo que estampó una rúbrica aún no existente. Contratos de miradas educadas, sonrisas protocolarias, concesiones cordiales, sacrificios sutiles, pase usted primero, noches sin luna y grillos que no cesan.

Enfadado, romperlos y, ante la mirada burlona del gato de Cheershire levitante, lanzar sus trozos contra los cactus que, de súbito, crecen por doquier... atravesar las palabras allí recogidas con sus púas hasta desangrarlas y arrebatarlas todo amanecer, toda humanidad. Y entonces sentir la llamada de la tierra negra y húmeda y clavar las rodillas en sus entrañas dejando aullar al lobo que duerme en las sombras, que duerme en tus sombras. Lobo al que le crecen las zarpas, orejas y colmillos. Mío, para mí, ahora. Matar y morir por una patata frita o un pecho sugerente, acorralar, perseguir, saltar, clavar colmillos y fracturar huesos en busca de tuétanos ocultos. Y ya luego, extenuado, bipedestrarte de nuevo, lentamente, y portar con las zarpas, durante varios siglos, el cactus empapelado de contratos sociales rasgados. Y un día, ya agotado, soltarlo y mirar tus manos ensangrentadas, llenas de cortes y arrugas. Cortes por los que se te escapan, como gorriones traviesos, los minutos. Arrugas que pliegan tus recuerdos hasta ocultarlos a tu vista cansada tras las lentes.

¿Y si caes?, ¿y si la bicicleta no frena?, ¿y si descubres el cactus y, a su lado, el maletín rebosante de contratos que nunca quisiste firmar? ¿Y si el lobo durmiera entre tus sombras?

6 comentarios:

  1. Mis colegas son tan crípticos que no me he enterado de nada. Espero que estéis bien :)

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  3. Despierta al lobo, Walter. Déjale aullar que se lo merece. Es su naturaleza.

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  4. No hay que preocuparse por los ¿ y si....?, que las cosas fluyan, que los miedos salgan, y que el lobo aúlle......recuerda, tu y sólo tu frenas la bicicleta cuando quieras.



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    Respuestas
    1. Veo que hay cierta predisposición, cierto amago, a animarme a dejar sacar el lado oscuro de la Fuerza... Y eso es muy peligroso... Nunca se sabe qué habrá al otro lado del laberinto, de los colmillos... Un beso, Olga, y que sigamos disfrutando intensamente del verano.
      :)

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  5. Ummm.... sí, es verdad, es tan atractivo dejar salir al lobo... Ya hablaremos sobre ello. Un abrazo, Sonia, y que disfrutes tus bailes.

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