domingo, 25 de agosto de 2013

Para Rosa (o, dónde dormir cuando se es un ciclovagabundo)

"¿Y dónde vais a dormir?", me preguntó mi amiga Rosa.
"En cualquier lugar", contesté, ", iremos a la aventura"
Y para muestra, no uno, sino varios botones:






¿Qué tal un campo de cereal segado? (ummmm... delicioso, acolchonadito)


¿Y un parque público?
(genial, con su fuentecita al lado donde, por la mañana, poder lavarte la ropa sucia, la cabeza... Eso sí, pagas un precio: el de los jóvenes que vienen a beber por la noche y te ven tumbadito en las sombras, y no sabes si te van a tomar, un rato después, como objetivo de su inminente borrachera...)



Estación abandonada de Calera y Chozas
(como reyes, si no hubiese sido por los mosquitos, la fiesta y demás exquisiteces que pueden degustarse en la entrada "Instrucciones para tejer una noche de insomnio")













Otro parque público, y esta vez con gravilla. (Se durmió mucho mejor que en el anterior.)









Y mira qué uso tan versátil el de los columpios, Rosa.















Aquí nos echamos a dormir a las 4:45 de la madrugada, prácticamente zombies. (Descansamos como benditos y luego supimos que era donde se celebraban ferias de ganado y que está llenito de chinches, pulgas y garrapatas...)






Parquecito junto a la frontera hispano-portuguesa. (Recogido, medianamente silencioso y con visita de un aldeano que nos obsequió, en el desayuno, con un delicioso racimo de uvas...)










Otro prado seco con visita mosquitoniana nocturna, puntillosamente frecuente, que hizo las desdichas del que suscribe.









Supermágica dormida. (Para más información léase la entrada "Despertar entre menhires".)











Detrás de Walkyria, entre los árboles, tuve la desgracia de que mis huesos cansados se echasen a intentar lo imposible. La más atormentada de las noches en vela que he pasado en los últimos siglos. Mosquitos trompeteros con un pedigree insuperable, incesantes, esforzados trabajadores chupasangres... despreciables hijos de la chingada que no me dejaron un minuto de paz.





Y ya el resto fueron en Lisboa, de lujo, en casa de unos compañeros bicicléticos. Ayyyyy, qué bonito -y qué duro, también- es mecerse en brazos de la aventura aventurera a la hora de mimir...

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